Egoísta, fanfarrón, altivo. Gilipollas, egocéntrico, creído. Interesado, aburrido, orgulloso, introvertido. Pequeño, vengativo. Coloso, subido.
Así podría seguir citando todos y cada uno de mis
defectos como persona, como amigo. Como hijo, como hermano, como pareja, como
enemigo. Soy todo lo que tú no eres. Soy todo aquello que reconozco y todo
aquello que desconozco. La ignorancia forma parte de mí.
Enséñame. Intento aprender. Quiero aprender.
Tanto que callar de frases improvisadas, cuanto más
de esas que parecen meditadas. Siento asco, aversión… vergüenza. Perdóname si
te decepciono. Soy un alumno confiado. Aprendo la primera lección, y lo doy
todo por sabido. Fracasado.
Juez, verdugo, ladrón de sueños, tarugo. Asesino de pasiones, maltratador de emociones. Arrogante, peyorativo, apático. Cerrado, vulgar, conservador, estúpido arquetipo.
Basta solo una palabra para que me arrepienta por
completo de mi discurso. Una sola palabra que derriba muros y edificios que,
cada vez que construyo, creo siempre los mejores. Falta esencia, faltan
cimientos… faltan cojones, para compararme contigo. Me aterra la idea porque no
llegaría ni a ver el primer claro-oscuro que marcaste en tu cuerpo desde abajo.
Basta que algo me salga bien para sentirme satisfecho. Conformista. No quiero
ese rasgo de fama estereotipado.
Quiero ser auténtico.
Enséñame humildad. Intento aprender de ti. Quiero
aprender a ser grande. Suerte que aún conservo dos virtudes: ver mi error… y
conocerte.
Empequeñéceme y hazme grande.
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