CAPÍTULO II
-Es una carta…-, se dice con cierto asombro. Esta doblada tres veces y además de
mojada parece cuarteada. El Inspector la desdobla con sumo cuidado, intrigado
por su contenido. Hay diminutos restos de sangre esparcidos sobre el haz. En el
encabezado “La Nueva Orden” sobre un extraño símbolo que Anselmo García no es capaz
de reconocer.
La Nueva Orden
La naturaleza de esta sociedad está desvirtuando los
valores y costumbres que imperaban en el pasado. No podemos dejar que siga
avanzando. Se extiende como una plaga. Fuimos y volveremos a ser salvadores de
esta Nueva Orden, impulsando un nuevo orden social para recuperar los
privilegios de los que gozábamos.
Cada miembro velará por el otro como hemos venido
haciendo durante todo este tiempo en la sombra. Las fichas han sido colocadas
en el tablero. Es hora de mover. Empezaremos a impulsar una serie de medidas
que mejoren nuestra situación. Pronto recibiréis noticias.
Queridos hermanos, os pido discreción. Ha llegado el
comienzo de un nuevo día. Un día que recordaremos. Os invito a formar parte de
la Historia una vez más.
Octubre de 2008
Firmado:
La Nueva Orden
En su rostro
se aprecia una ínfima mueca apretando los labios. Ni él mismo sabe bien si es
risa o asco lo que se dibuja en su boca en ese momento.
-¿Qué coño es esto?... ¿La Nueva Orden?-, piensa al final.
**
Suena el
despertador por segunda vez y Aníbal vuelve a apagarlo. Piensa que cinco
minutos más de sueño no le hacen mal a nadie. Vuelve a sonar, vuelve a
apagarlo. Antes de que suene por cuarta vez abre los parpados a duras penas y
desactiva la alarma de su teléfono móvil. -¿Quién se levanta un domingo a las nueve de la mañana?-, piensa. Se incorpora al filo de la cama. Con la
piel desnuda siente como cada folículo de cada pelo de su cuerpo se eriza por
la sensación de frio matutino. Entreabre la boca moviendo la lengua seca en un
intento de segregar algo de saliva. Totalmente seca por la borrachera de la
noche anterior. Duda entre llegar al cuarto de baño apoyando los pies descalzos
en el frío mármol o volando directamente hasta la ducha. -Sería mucho mejor-, se dice. Al salir de la ducha se puede apreciar el movimiento
cambiante del vapor de agua gracias al alógeno que alumbra la habitación. Se
dirige al lavabo, con la boca algo pastosa todavía, y se enjuaga los dientes.
Se mira en el espejo después de pasar la mano para quitar el vaho. Rubio, ojos
azules, cejas doradas y no demasiado pobladas, barba de tres o cuatro días,
buena constitución, metro ochenta…
El muchacho
sale desnudo del baño sin ningún pudor hasta su habitación. Allí busca entre
los cajones de su armario una muda. Después de vestirla hace lo propio con los
calcetines, el pantalón vaquero claro y la camiseta blanca que tiene el
estampado de uno de los personajes de los Looney Tunes. Se calza sus zapatillas
blancas, tienen la puntera en forma de balón de basket y tres franjas azules a
derecha e izquierda cada una de ellas. Una vez vestido coge su ropa del armario
y la coloca poco a poco en la maleta. Un cinturón, calcetines, varias mudas, un
par de vaqueros, siete camisetas, un par de sudaderas, una chaqueta, neceser. En
otra funda el portátil, el cargador de éste y el del móvil. Mochila y apuntes.
Y algo de dinero. Antes de salir de la habitación descuelga de la percha de la
puerta una chaqueta de color marrón crudo, casi verde, y se la pone.
-¡Juan! ¡Vamos!-, le grita a su hermano mientras baja por las escaleras cargando la
maleta.
-¡Voy!-, responde éste.
-¡Venga, sino llegaré tarde como siempre!
-Poco puntual, siempre apurando al máximo-, se dice el hermano dentro del coche mientras
Aníbal carga los bártulos en el maletero, -si hubieses hecho la maleta anoche ahora no tendríamos que correr.
El camino
dura unos veinte minutos, como siempre. Aníbal mira por la ventanilla desde el
asiento del copiloto mientras apura un cigarro. Durante el trayecto se muestra
ausente. Al llegar se despide de su hermano hasta la semana siguiente, quizá.
Después de sacar su maleta da un par de golpes en la parte trasera del coche y
Juan se marcha haciendo un gesto con la mano desde dentro del vehículo. Otra
vez en el mismo sitio, el muchacho entra en la Estación de Córdoba Central y,
como siempre, compra su billete a última hora. Destino: Jerez de la Frontera. Y
en medio un trayecto en tren de aproximadamente dos horas y cuarenta minutos.
Durante el viaje
se dedica simplemente a mirar por la ventanilla del tren. Pensando en las
inquietudes normales de un chico de 21 años. Fracasos, éxitos, errores,
aciertos, universidad, exámenes, prácticas, motivaciones, aspiraciones en la
vida, su pasado, su futuro. Etcétera. De vez en cuando aparta su mirada del
rápido paisaje para fijarla en el suave trasero o el escote voluptuoso de
alguna de las chicas que suben y bajan entre parada y parada. Fantasea con que
alguna de las chicas se siente a su lado y mantenga con ella una conversación
agradable sobre música o estudios y más tarde pueda conseguir su número de
teléfono. En ese instante una señora mayor apestando a perfume viciado ocupa la
plaza de al lado. Cualquier fantasía que pueda tener un mínimo parecido con la
realidad se esfuma y vuelve la cabeza hacia la ventanilla, otra vez.
**
El inspector
García aparca su coche en el parking de la comisaría. Un edificio antiguo en
forma de U, ladrillo visto pintado de color ocre por encima, situado cerca
del río Guadalquivir. Tras saludar por
segunda vez al guardia que custodia la entrada del recinto sube por unas
escaleras hasta la puerta trasera. Pasillos y habitaciones a modo de oficinas,
un blanco sucio y desgastado por el tiempo a modo de pared y dinteles de falsa
madera en las puertas. Demasiado modesto el lugar de trabajo, piensa Anselmo. Por
fin llega a su despacho, donde se acomoda. Frente a la entrada un escritorio
antiguo con quemaduras en forma de cigarro. Aún se aprecia el olor a tabaco
entre esas cuatro paredes después de tantos años. Hay varias fotos familiares
enmarcadas en una pequeña estantería. Además una foto oficial del cuerpo de
policía: arriba a la izquierda el símbolo del Cuerpo, abajo a la derecha
“Promoción del ‘87”. Y un par de placas conmemorativas que, posiblemente, le
hayan regalado amigos y subordinados a lo largo de estos veintitrés años como
miembro de, la que siente, su segunda familia. En otros estantes libros de
derecho penal, procesal, criminología, algún que otro manual y expedientes
abiertos.
Antes de
sentarse en el sillón acolchado que hay detrás del escritorio, saca de uno de
los bolsillos interiores de su gabardina una bolsita de plástico que contiene
la carta hallada en el lugar de los hechos. Extrae la carta de su interior y
vuelve a leerla con detenimiento intentando comprender su contenido. Sin éxito.
-La nueva orden…-, murmura en su cabeza. -Panda de pirados...-, dice en voz baja. En uno de los cajones de la mesa hay un vaso corto
y ancho y una botella de DYC de la que dispone en momentos de flaqueza. Toma un
trago y mete el vaso y la botella, casi vacía, de nuevo en el cajón. Se levanta
cogiendo la prueba y se dirige al pequeño laboratorio de la comisaría situado
en el sótano claustrofóbico del antiguo edificio. Al abrir la puerta le ciega
la luz blanca y limpia de la habitación. Aséptica, reformada para su función,
equipamiento y medios algo avanzados comparados con los que hay en el resto del
edificio. Aparatos costosos que, en apariencia, no se usan muy a menudo,
probetas y material quirúrgico.
-Hola Santi.
-¡Ey! Hola Anse, te estaba esperando.
-Pues aquí estoy. ¿Qué tienes para mí? Espero que sea bueno, no he
pasado una buena noche…
-Bueno como ya sabes el arma de fuego que se encontró junto al cadáver.
Una USP Compact 9mm. El rayado del casquillo coincide con el de la pistola…
-Sí…-, dice Anselmo sin mucho interés.
-Como es lógico las huellas del sujeto están por todas partes y no he
encontrado ninguna otra-, prosigue el forense. -Hay restos de pólvora en la mano que disparó el arma y he comprobado la
trayectoria del proyectil, de izquierda a derecha de abajo hacia arriba.
-Sí…-, repite Anselmo.
-He cotejado las huellas del sujeto con la base de datos. Antonio Ruíz,
39 años, carnet de identidad, carnet de conducir, permiso de armas caducado,
dirección... Era miembro del Cuerpo hasta que le retiraron la placa por su
adicción a la bebida hace dos años…
-Sí…
-Ahora era guardia… Oye, ¿te pasa algo?-, Santiago se acerca a su compañero olisqueando. -¿Ya te has tomado la primera? O la segunda…
-Sí… ¡No!-, dice Anselmo sin mucha credibilidad y finalmente
asiente con la cabeza, avergonzado.
-Si sigues así acabarás como éste. Fiambre.
-…
-Anse, sé como tú que un suicidio en mitad de la calle no es lo normal,
pero hay pruebas suficientes para considerarlo como tal…
-Ya…-. Anselmo le muestra la carta que saca de su
bolsillo. -¿Y qué me dices de esto? La encontré a pocos metros
del cadáver. Quiero que la analices. Huellas, muestras de sangre, lo que sea…
Espero que puedas sacar algo.
En ese momento el teléfono del Inspector García suena interrumpiendo
la conversación. Mientras, Santiago abre el papel y lee atónito las palabras
escritas en él.
-¿Inspector García?
-Dígame.
-La chica ha despertado…-, informa el agente.
-Bueno, ¿Y…? ¿Qué ha dicho?-, responde Anselmo antipático e impaciente.
-Inspector, será mejor que venga usted mismo.
-De acuerdo, voy para allá.
Anselmo se vuelve hacia el forense y apoya la mano en el hombro de
éste mientras lo mira a los ojos. Hace un gesto de aprobación buscando
complicidad en su compañero por el estado en que se encuentra. -Una copita por la mañana no perjudica a nadie-, piensa Anselmo creyendo que existe algún tipo de
telepatía entre él y Santiago.
-Tengo que irme. Te veo en unas horas.
-Pero… ¡Anselmo!-, grita Santiago en un intento de parar aquel
derroche de energía que salía de la habitación en estampida.
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